miércoles, 9 de marzo de 2011

Disponible en nuestro pais- Soy el Numero Cuatro:




Pimer Capitulo

Al principio éramos nueve. Nos fuimos cuando éramos pequeños, casi demasiado pequeños para recordar, Casi. Según me contaron, la tierra tembló y los cielos se llenaron de luces y explosiones.

Estábamos en ese periodo de dos semanas al año en el que ambas lunas están en extremos opuestos del horizonte. Era una época de celebración, y al principio, las explosiones se interpretaron como fuegos artificiales. Pero no era así. Hacía calor. Del mar llegaba un viento suave. Siempre se menciona el clima: hacía calor, había un viento suave. Nunca he podido entender por qué esto es importante.

El recuerdo más vívido que tengo de ese día es la imagen de mi abuela. Estaba frenética, y también triste. Había lágrimas en sus ojos. Mi abuelo estaba a su lado. Recuerdo cómo sus gafas recogían la luz del cielo. Hubo abrazos. Palabras dichas por cada uno de ellos.

No recuerdo qué palabras. Y no hay nada que me obsesione más. Tardamos un año en llegar aquí. Yo tenía cinco años cuando llegamos. Debíamos integrarnos a la cultura de este planeta antes de regresar al nuestro, Lorien, cuando este pudiera volver a sustentar vida. Los nueve tuvimos que separarnos y buscar nuestro propio camino.

Nadie sabía por cuánto tiempo. Y seguimos sin saberlo. Ninguno de los otros sabe dónde estoy, y yo no sé dónde están ellos o cómo son ahora. Es nuestra manera de protegernos, gracias al hechizo conjurado cuando nos fuimos. Un hechizo que garantiza que solo pueden matarnos según el orden de nuestros números, siempre y cuando permanezcamos separados.

Si nos reunimos, el hechizo se rompe. Cuando encuentran y matan a uno de nosotros, una cicatriz circular se cierra en torno al tobillo derecho de aquellos que siguen vivos. Y en el tobillo izquierdo, formada desde el momento en que se conjuró el hechizo loriense, tenemos una pequeña cicatriz idéntica al amuleto que llevamos todos al cuello. Las cicatrices circulares son otra parte del hechizo. Un sistema de alarma para que sepamos qué ha pasado con los demás y, por tanto, cuándo ha llegado nuestro turno. La primera cicatriz apareció cuando tenía nueve años. Me sacó del sueño al grabarse a fuego en mi carne. Vivíamos en Arizona, en un pueblito de frontera cerca de México. Desperté gritando, en plena noche, desesperado por el dolor, aterrado de ver cómo la cicatriz me marcaba la carne.

Era la primera señal de que los mogadorianos finalmente nos habían encontrado en la Tierra, la primera señal de que estábamos en peligro. Hasta la aparición de la señal, casi había logrado convencerme de que mis recuerdos se equivocaban, de que lo que Henri me había contado no era cierto. Quería ser un chico común que vivía una vida normal, pero en ese momento supe, más allá de cualquier duda o discusión, que no lo era. Al día siguiente, nos mudamos a Minnesota.

La segunda cicatriz apareció cuando tenía doce años. Estaba en el colegio, en Colorado, en un concurso de ortografía. En cuanto empecé a sentir el dolor, supe lo que estaba pasando, lo que le había pasado a Dos. El dolor fue espantoso, pero esta vez soportable. Habría podido quedarme en el escenario, pero el calor me quemó el calcetín. El profesor que dirigía el concurso me bañó con el extintor de incendios y me llevó a toda prisa al hospital. El médico de la sala de urgencias encontró la primera cicatriz y llamó a la Policía. Cuando llegó Henri, amenazaron con arrestarlo por maltrato infantil. Pero como no estaba cerca en el momento en que apareció la segunda cicatriz, tuvieron que dejarlo en libertad. Nos subimos al auto y nos marchamos, esta vez a Maine. Dejamos todo lo que teníamos, menos el cofre loriense que Henri carga consigo en todas las mudanzas; las veintiuna mudanzas que hemos vivido hasta la fecha.

La tercera cicatriz apareció hace una hora. Estaba sentado en el barco de los padres del chico más popular del colegio, que organizó una fiesta allí sin su consentimiento. A mí nunca me habían invitado a las fiestas del colegio. Como sabía que tendríamos que irnos en cualquier momento, siempre me había mantenido al margen. Pero la cosa había estado tranquila desde hacía dos años. Henri no había visto en las noticias nada que pudiera llevar a los mogadorianos hacia alguno de nosotros, o que nos advirtiera sobre su presencia. De modo que hice un par de amigos. Y uno de ellos me presentó al anfitrión de la fiesta. Nos encontramos todos en el muelle. Había tres refrigeradores, un poco de música y chicas a las que había admirado de lejos pero con las que no había hablado nunca, aun cuando quería hacerlo. Salimos del muelle y nos adentramos unos ochocientos metros en el golfo de México. Estaba sentado en el borde del barco, con los pies en el agua, hablando con una chica muy bonita de pelo oscuro y ojos azules llamada Tara, cuando la sentí llegar. El agua empezó a hervir alrededor de mi pierna y la parte inferior empezó a brillar allí donde iba grabándose la cicatriz. El tercer símbolo de Lorien, el tercer anuncio. Tara se puso a gritar y todos empezaron a aglomerarse a mi alrededor. Yo sabía que no tenía cómo explicarlo. y sabía que tendríamos que marcharnos inmediatamente. Ahora había mucho más en juego. Habían encontrado a Tres, dondequiera que él o ella estuviera, y había muerto. De modo que tranquilicé a Tara, le di un beso en la mejilla, le dije que había sido un placer conocerla y que esperaba que tuviera una vida larga y hermosa. Me zambullí por un lado del barco y empecé a nadar lo más rápido posible, por debajo del agua todo el tiempo, salvo una vez que salí a tomar aire a medio camino, hasta llegar a la orilla. Después corrí por el lado de la carretera, justo por el lindero del bosque, a la misma velocidad de los autos. Al llegar a casa, encontré a Henri en el banco de escáneres y monitores que usaba para investigar las noticias del mundo entero y la actividad policial de la zona. Lo supo sin que le dijera una palabra, pero aun así me alzó el pantalón empapado para ver las cicatrices.



Al principio éramos un grupo de nueve. Tres se han ido, están muertos.

Ahora quedamos seis. Los otros nos persiguen, y no pararán hasta habernos matado a todos.

Soy el Número Cuatro.

Sé que soy el siguiente...

Disponible en Librerias Nacho.

Capitulo extraido del bog de la Nacho.




















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